"El fútbol se
ha vuelto una cosmovisión, una forma de
entender el mundo y de dar sentido a la
vida"
Leonardo Boff | 29 de junio de 2014
Mirándolo bien, el fútbol
para mucha gente cumple las características religiosas: fe, entusiasmo, calor,
exaltación, un campo de fuerzas y una permanente apuesta de que su equipo va a
triunfar.
El espectáculo de la
apertura de los juegos recuerda una gran celebración religiosa, cargada de
reverencia, respeto, silencio, seguido de ruidosos aplausos y gritos de
entusiasmo; ritualizaciones sofisticadas, con músicas y escenificaciones de las
distintas culturas presentes en el país; presentación de los símbolos del
fútbol (estandartes y banderas), especialmente la copa, que funciona como un
verdadero cáliz sagrado, un santo Grial buscado por todos. Y está, dicho sea
con respeto, la bola que funciona como una especie de hostia que es comulgada
por todos.
En el fútbol como en la
religión, tomemos como referencia la católica, existen los once apóstoles
(Judas no cuenta) que son los once jugadores, enviados para representar al
país; los santos de referencia como Pelé, Garrincha, Beckenbauer y otros;
existe demás un Papa que es el presidente de la FIFA, dotado de poderes casi
infalibles. Viene rodeado de sus cardenales que constituyen la comisión técnica
responsable del evento. Siguen los arzobispos y obispos que son los
coordinadores nacionales de la Copa. Enseguida aparece la casta sacerdotal de
los entrenadores, portadores del especial poder sacramental de poner, confirmar
y quitar jugadores. Después vienen los diáconos que forman el cuerpo de los
jueces, maestros-teólogos de la ortodoxia, es decir, de las reglas del juego,
que hacen el trabajo concreto de conducir el partido. Al final vienen los
monaguillos, los jueces de línea, que ayudan a los diáconos.
El desarrollo de un partido
suscita fenómenos que ocurren también en la religión: se gritan jaculatorias
(estribillos), se llora de emoción, se reza, se hacen promesas divinas (Felipe
Scolari, entrenador brasilero, cumplió su promesa de ir a pie, unos veinte km,
hasta el santuario de Nuestra Señora del Caravaggio en Farroupilha si ganaba
Copa ese año, como así sucedió), se usan amuletos y otros símbolos de la
diversidad religiosa brasilera. Santos fuertes, orixás y energías del axé son
evocadas e invocadas.
Existe hasta una Santa
Inquisición, el cuerpo técnico, cuya misión es velar por la ortodoxia, dirimir
conflictos de interpretación y eventualmente procesar y castigar a jugadores o
incluso a equipos enteros.
Así como en las religiones
e Iglesias existen órdenes y congregaciones religiosas, así hay «aficiones
organizadas». Tienen sus ritos, sus cánticos y su ética.
Hay familias enteras que se
van a vivir cerca del Club de su equipo, que funciona como una verdadera
iglesia, donde los fieles se encuentran y comulgan sus sueños. Se tatúan el cuerpo
con los símbolos de su equipo y no bien acaba de nacer un niño que a la puerta
de la incubadora ya es adornado con los símbolos del equipo, es decir, recibe
ya ahí el bautismo, que jamás debe ser traicionado.
Considero razonable
entender la fe como la formuló el gran filósofo y matemático cristiano Blas
Pascal, como una apuesta: si apuestas a que Dios existe tienes todo a ganar; si
después no existe, no has perdido nada. Entonces es mejor apostar a que existe.
El hincha vive de apuestas (cuya expresión mayor es la lotería deportiva o la
quiniela), de que la suerte favorecerá a su equipo o de que pase algo en el
último minuto del juego, que cambie todo y finalmente gane, por muy fuerte que
sea el adversario. Así como en la religión hay personas referenciales, lo mismo
sucede con los cracs.
En la religión existe la
enfermedad del fanatismo, de la intolerancia y de la violencia contra otra
expresión religiosa; lo mismo ocurre en el fútbol: grupos de un equipo agreden
al equipo contrario. Apedrean autobuses y pueden ocurrir verdaderos crímenes,
de todos conocidos, de hinchadas organizadas y de fanáticos que pueden herir y
hasta matar a seguidores del otro equipo.
Para muchos, el fútbol se
ha vuelto una cosmovisión, una forma de entender el mundo y de dar sentido a la
vida. Hay quienes sufren cuando su equipo pierde y están eufóricos cuando gana.
Yo personalmente aprecio el futbol por una
simple razón: portador de cuatro prótesis, en las rodillas y en los fémures,
jamás podría hacer esas carreras y dar esos saltos y estiradas. Hacen lo que yo
nunca podría hacer, sin caer y romperse. Hay jugadores que son artistas
geniales de creatividad y habilidad. No sin razón, el mayor filósofo del siglo
XX, Martin Heidegger, no se perdía un partido importante, pues veía en el
fútbol la concretización de su filosofía: la contienda entre el Ser y el ente,
enfrentándose, negándose, componiéndose y formando el imprevisible juego de la
vida, que todos jugamos.
Texto tomado del blog del autor
Texto tomado del blog del autor
No hay comentarios:
Publicar un comentario