viernes, 20 de febrero de 2015

Convertirse y creer


"El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y 
crean en la Buena Noticia" 
(Mc 1, 15)

Tomado de: http://eugenirodriguezadrover.com/
     La fe ha ganado muy mala fama en los siglos recientes. Si uno pregunta a cualquier persona en la calle, te va a decir que la fe es creer en cosas absurdas e irracionales. Que es darle prioridad a la superstición por sobre la ciencia, al mito por sobre la experiencia, al cuento por sobre la observación. Es preferir al miedo por sobre la confianza del ser humano en sí mismo. El famoso salto de la fe ignora las razones y los fundamentos para alcanzar al cielo. La religión, en ese escenario, se reduce a la magia. No es ética ni espiritual. Es un método para manipular a los ángeles y demonios. Rito y rezo son elementos del Play Station celestial.

Muchos creen que la fe es enemigo de los impulsos, que sólo sirve para reprimirlos y, en algunos casos, para eliminarlos completamente. No se conocen impulsos buenos. El cristiano formado por la televisión te va a explicar que la fe es una opción por la ceguera voluntaria. Te va a decir que creer significa ponerse cadenas y olvidarse de hacer las cosas que uno quiere. Si se trata de una persona que tiene que asumir responsabilidades, te va a decir que la fe está bien para la abuelita, pero que el hombre hecho y derecho tiene que subirse a la camioneta, tomar el manubrio y gestionar el acontecer, sin atados, rollos ni prohibiciones arbitrarias.

Pregunta por la fe, y si tu entrevistado es un hombre moderno -pero todavía no ateo- te va a decir que es cosa de cada uno, tan personal como para ser incomprensible para los demás. Su religiosidad existe en un universo solitario. Así,cada loco con su tema, nada para compartir, nada sagrado y ninguna meta común. El respeto por las creencias ajenas se reduce a tolerancia. No le molesto para que no me moleste. Sólo hay que aguantar al otro, sin escucharlo en verdad, sin amarlo, ayudarlo, ni dialogar con él. En esta nueva iglesia atomizada, se entiende cualquier intercambio de ideas, sentimientos o convicciones como imposición indebida. Quien se persigna en público ya infringió los derechos humanos del otro.

Si la fe no es más que una puertecita secreta por la cual uno se escapa a su propio mundo de fantasía, entonces no sirve para los discípulos de Jesús. Su llamado a convertirse y creer en el evangelio tiene cualidades y características definitivas. Es una invitación a mirar al mundo real desde la perspectiva de un Padre que ama incondicionalmente. Su convocatoria es una oportunidad para involucrarse en la realidad concreta a partir de la nueva prioridad del amor al prójimo. El Reino de Dios es una propuesta auténtica de salvación, justicia y paz.

Jesús no es un angelito efímero. No es un holograma al cual cada uno le puede proyectar sus emociones difusas. El Cristo es más que un vapor para absorber los sentimientos ilógicos y justificar las violencias moralizantes de los que quieren adquirir los beneficios eternos de haber profesado la fe. No hay nadie más sólido, definido e consistente en la historia. Da la vida por la compasión sin fronteras, por la solidaridad sin excepciones, por la inclusión sin límites.

¿De dónde viene esta noción moderna de fe escapista, de religión espiritualista, de Dios con sus ángeles sentados sobre una nube tocando harpas sin importarle nada del mundo afligido ahí abajo? ¿Cuándo nació ese catolicismo que reza por las almas en el purgatorio sin levantar un dedo para salvar al hermano que sufre aquí? ¿Cuál es la fuente bíblica del protestantismo que salta la cordura para alcanzar la salvación individual sin importar lo que pasa los demás? ¿De dónde viene ese éxtasis pentecostal que llora por la presencia, pero no sabe vivir en paz con el mundo real?

Voy a formular una hipótesis para la reflexión. Se comienza a notar el salto de la fe en el pensamiento de Lutero. Es curioso, porque pretendió superar la superstición católica, pero ha vuelto con fuerza. El evangélico moderno practica su fe para asegurar la buena suerte en la vida. En ese tiempo, el renacimiento de las ciencias clásicas obligó al cristiano a colocar su religión en un archivo separado. La competitividad de la economía renacentista lo obligó a limitar la solidaridad a pequeños gestos simbólicos. El Protestantismo es la fuente del individualismo radical del hombre moderno. Lutero habló de la sola fides: afirmar a Jesús Cristo como tu salvador personal; sin nada de obras, gestos, oraciones ni sacramentos. Colocó una brecha entre religión y realidad. Vivimos con esa brecha hasta el día de hoy. Pero no fue la propuesta de Jesús.

Cuando Jesús proclamó el Reino de Dios, hizo algo parecido a lo que hizo Martin Luther King en su discurso famoso de 1963. Tuvo un sueño de compasión y fraternidad que llegaría a ser realidad cuando la gente lo creyera. La confianza de muchos, el esfuerzo en conjunto que brota de un ideal compartido, es la precondición del mundo nuevo donde reine la paz.

La conversión del cristiano es mucho más que arrepentirse de los pecaditos. Significa dejar todo atrás y apostar la vida por un nuevo mundo transformado, consagrado y redimido en Cristo. Para eso, la fe es una opción razonable, urgente y esencial.

Tomado de: Territorio Abierto |  Nathan Stone, SJ., 28 de enero de 2015.

Que tengan buen fin de semana y a disfrutar del fútbol, buenas noticias y una que otra patada.

Tisca, SJ
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